Discurso del presidente González en la ceremonia de adhesión de España a la CEE (Actual UE).

TEXTO HISTÓRICO PARA COMENTAR

Discurso de Felipe González Márquez,  Presidente del Gobierno de España en la Ceremonia de la Firma del Tratado de Adhesión a la CEE. Completo
Madrid, Salón del trono del Palacio Real, 1985.



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Discurso del Presidente del Gobierno en la Ceremonia de la Firma del Tratado de Adhesión a la CEE
1985
Discurso del Presidente del Gobierno en la Ceremonia de la Firma del Tratado de Adhesión a la CEE
Damos hoy un paso de importancia histórica para España y para Europa. Al estampar nuestras firmas en el Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas, hemos puesto un jalón fundamental para completar la unidad de nuestro viejo continente y también para superar el aislamiento secular de España.

Estamos contribuyendo a hacer realidad los propósitos expresados en el preámbulo del Tratado de Roma, en el cual los fundadores de la comunidad se declararon resueltos a consolidar la defensa de la paz y de la libertad, y para ello invitaron a los demás pueblos de Europa a participar de dicho ideal asociándose a ese esfuerzo.

Esa invitación ha sido aceptada por los españoles. Pronto se han de cumplir ocho años desde que el gobierno democrático surgido de las elecciones del 15 de junio de 1977 solicitara oficialmente la apertura de las negociaciones con la comunidad europea con vistas a la integración de España como miembro de pleno derecho. En la carta que dirigió el entonces Presidente del Gobierno, don Adolfo Suárez, se dejaba constancia de nuestra identificación con los ideales que inspiraron los tratados constitutivos de las comunidades europeas, y además se expresaba la esperanza de que las negociaciones concluyeran con un resultado satisfactorio para la comunidad y para España.

La esperanza no ha sido defraudada y el resultado ha sido conseguido. Me corresponde a mí agradecer ahora, en nombre del pueblo español, los esfuerzos que habéis realizado para lograr soluciones equilibradas en los temas conflictivos que surgieron a lo largo de la negociación. Y agradecerlo especialmente al presidente del consejo, al señor ministro Andreotti, al señor Delors, al señor Natali, a todos los que en el último tramo han hecho un especial esfuerzo y han dedicado su gran habilidad como negociadores para poder culminar los trabajos. Sabéis muy bien que en estos esfuerzos siempre os acompañó la delegación española.

Hoy podemos decir con satisfacción que los representantes del pueblo español que surgieron de las primeras elecciones democráticas tenían razón al prestar el apoyo unánime a la candidatura de España al ingreso en la Comunidad Europea, dando así una mayor fuerza y un mayor respaldo al gobierno que iniciaba el proceso de negociación. Queríamos dejar constancia todos, desde el primer momento, de que el objetivo de nuestro ingreso en la Europa comunitaria era una cuestión de estado por que reflejaba el deseo abrumadoramente mayoritario de los ciudadanos españoles; para ellos la integración de España en Europa se ha identificado con la participación en los ideales de libertad, de progreso y de democracia.

Con anterioridad, otros españoles, a los que quiero hacer presentes hoy en nuestra memoria, aportaron su esfuerzo y su clarividencia en momentos decisivos para la construcción europea, y asistieron, asumiendo incluso riesgos personales, a los congresos de La Haya en 1948 y de Múnich en 1962. También deseo recordar a aquellos que, con entrega ejemplar, desde el acuerdo de 1970 hasta hoy, han participado en la negociación que hoy culmina con la reincorporación de España al entorno natural al que pertenece.

Es, señoras y señores, toda una nación la que recupera el pleno sentido de su historia, una nación que conjuga el legado del pasado y su evidencia de “ser” Europa con la realidad presente de “estar” en las instituciones europeas, primero en el consejo de Europa y ahora en la comunidad.

Y al llegar a este punto quisiera enviar, en nombre del pueblo español, un saludo entrañable y cordial al pueblo de Portugal, representado aquí por el primer ministro de su gobierno, el señor Mario Soares, y por su delegación; a la nación vecina y hermana que, junto con España y casi al mismo tiempo, inició hace cinco siglos la epopeya del descubrimiento de otros continentes hacia los que proyectamos nuestra cultura, cultura   europea, y civilización, civilización europea. Desde la península ibérica, Portugal y España alumbraron nuevos mundos al viejo mundo, ensancharon sus fronteras, no solo desde el punto de vista geográfico, sino también desde el punto de vista espiritual, al impulsar decisivamente la evolución del pensamiento, de la ciencia y de las técnicas de la era del renacimiento.

También ahora, en el mismo momento, los dos países iniciamos una nueva etapa cargada de retos y de promesas; una empresa que completa a Europa, que refuerza los lazos que unen a nuestros dos pueblos y que permitirá, dentro de las instituciones comunitarias, que acentuemos la proyección de Europa hacia los países de Iberoamérica y África que pertenecen a nuestro mismo ámbito cultural.

Nosotros entendemos que la unidad europea no puede hacerse solo hacia dentro, sino también debe hacerse hacia fuera de Europa. El ser histórico de Europa consiste, precisamente, en volcarse hacia el mundo. Todo intento de construir una Europa cerrada en si misma estaría condenado al fracaso, y, además, no serviría a los auténticos intereses europeos.

España comprende bien la universalidad de Europa porque a su identidad europea une una dimensión iberoamericana y una dimensión mediterránea.

Nuestra proyección iberoamericana es historia y cultura compartidas y nos impulsa siempre a mantener estrechas y fraternales relaciones con los pueblos y los países de esta área. Por eso, en este momento solemne deseo reafirmar esta dimensión como un acervo que forma parte de nuestra realidad y como una responsabilidad en la búsqueda de una relación más rica y más intensa entre Europa e Iberoamérica.

Compartimos con otras naciones europeas la dimensión mediterránea. Con la ampliación, la comunidad estará todavía mas próxima a los países de la ribera sur del Mediterráneo. Esto nos va a obligar a redoblar esfuerzos, para que la comunidad contribuya eficazmente a los procesos de paz, de estabilidad y de desarrollo, tanto en el norte de áfrica como en el próximo oriente.

El ingreso de España en la Comunidad Europea es un proyecto ambicioso, sin duda, de largo alcance, que desborda sobradamente el ámbito estricto de las cláusulas del tratado que acabamos de suscribir.

Para España, este hecho significa la culminación de un proceso de superación de nuestro aislamiento secular y la participación en un destino común con el resto de los países de Europa occidental.

Es cierto que, para nuestra realidad económica y social, supone un desafío de modernidad, exige un cambio de mentalidad y un cambio de estructuras. Será un esfuerzo de adaptación aun mayor que el que han hecho en su día los países fundadores de la Europa comunitaria, porque nos sumamos con retraso a un proceso ya en marcha.

Tengo confianza, sin embargo, en que ese desafío va a ser respondido claramente por nuestra sociedad (trabajadores y empresarios; profesionales, técnicos e investigadores; hombres y mujeres de todos los pueblos de España). Con el esfuerzo de todos y con la ilusión de un pueblo dinámico y joven, podremos afrontar el reto de la modernización económica, social, tecnológica, que nos permitirá cruzar con confianza y con paso firme el umbral de la próxima centuria.

Para Europa en su conjunto, la ampliación de la comunidad con el ingreso de España y Portugal no puede verse como una mera operación aritmética, sino como la oportunidad excepcional para dar un salto cualitativo en la construcción política de Europa.

Sabemos que algunos, dentro de la Europa comunitaria, contemplan la nueva ampliación con temor, porque piensan que podrían alterarse definitivamente los delicados equilibrios que se pusieron de pie por los tratados fundacionales, y que ya fueron afectados por el transcurso del tiempo y las ampliaciones sucesivas.

Pues bien, ello debe ser motivo precisamente para plantearse la ampliación como un elemento catalizador que provoque una reflexión profunda sobre el futuro de España y una respuesta sobre la mejor manera de afrontar conjuntamente los desafíos del fin del siglo.

La Europa comunitaria ha demostrado sobradamente su capacidad de adaptación a las nuevas situaciones y a las nuevas exigencias. La ampliación es precisamente la mejor muestra de esa vitalidad y debe abrir las puertas a un periodo de renovación.

En lo que a España concierne, quiero dejar desde el principio una cosa clara: no seremos ni carga para la comunidad, ni obstáculo que entorpezca su marcha hacia formas superiores de integración política y económica. Bien al contrario, dentro de la defensa de nuestros intereses esenciales, colaboraremos en toda la medida de nuestras fuerzas para el progreso de la unidad europea.

Desde el primer momento, el gobierno de España manifiesta su voluntad decidida de avanzar con los que quieran avanzar y hasta donde se quiera avanzar.

Para ello, España aporta un cierto saber de nación vieja y un entusiasmo de pueblo joven, con la convicción de que un futuro de unidad es el único futuro posible para Europa. El ideal de la construcción europea es hoy más valido que nunca, porque nos lo imponen las exigencias del presente, pero aún más nos lo imponen las del mañana.

No podemos olvidar que trabajamos para mejorar ese presente, pero también, y, sobre todo, para transmitir a las nuevas generaciones un legado de paz, de justicia y de progreso.

Este acto es un acto de afirmación europea. Que lo sea también de esperanza en una Europa más justa, más solidaria y más unida, a cuya construcción todos estamos convocados.

España aportará su esfuerzo en la construcción de ese ideal de libertad, de paz y de justicia, y afirmo aquí, solemnemente, que nadie, mediante la coacción o la violencia podrá torcer nuestro propósito de cooperar en esa construcción de Europa.

Felipe González Márquez
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